Presidencia de Frondizi 2


Presidencia de Frondizi

Después de dos años del interregno militar del general Aramburu, marcados por la dura represión al peronismo es, por fin, un civil, el doctor Arturo Frondizi, quien ocupa la Presidencia. El abogado «radical-intransigente» sabe que debe su victoria tanto a los votos de los peronistas a quienes prometió la «amnistía», como a los militares antiperonistas que han planteado sus condiciones y van a vigilado de cerca. Técnicamente su administración parece un éxito. En cuatro años, sin tocar el prestigio de YPF, obtiene gracias a una explotación confiada a empresas americanas subcontratantes, una producción petrolera que se triplíca y logra la autarquía de que se había hecho campeón, permitiendo así la instalación de una siderurgia rentable a largo plazo; la producción de gas natural se intensifica; el derroche burocrático disminuye; en los vetustos ferrocarriles se insinúa una modernización y, estimulados, los créditos afluyen. En «cartas al país» del diario Clarín (lo de noviembre de 2004), puede leerse una de Bruno Strobino (presidente del MID, Buenos Aires) que dice escuetamente: «El 28 de octubre se conmemoró el 96 aniversario del nacimiento del ex presidente Arturo Frondizi. Fue un personaje que generó y genera adhesiones y oposiciones a sus ideas, que giraron alrededor de la necesidad de una integración nacional, sin proscripciones y con superación de antagonismos; del desarrollo, es decir el crecimiento acelerado del país; de la justicia social; de la política internacional independiente; de la cultura nacional….» El lo de mayo de 1958 se iniciaba, con la toma de posesión de Frondizi, una experiencia inviable; gobernar una nación llena de tensiones sociales, de divisiones políticas y de aguda debilidad en la infraestructura económica, con sólo el respaldo de su fuerte tesón y reconocida inteligencia y el apoyo de un minúsculo grupo de hombres de su partido o extrapartidarios que coincidían con el diagnóstico del país que recibían. Su soledad se puso de manifiesto, claramente, ese día, en el trayecto seguido a través de Buenos Aires, oportunidad en que la frialdad ciudadana se contrastaba al máximo con aquellas jornadas de la época de Yrigoyen, por ejemplo, o de cualquier más reciente jornada peronista. Es que a los adversarios del acto eleccionario, ya había sumado antes de asumir nuevos opositores; estaban en contra: las fuerzas armadas antiperonistas, las fuerzas armadas anticomunistas, las fuerzas armadas’ antifrigeristas, la vieja oligarquía agrícola ganadera, los radicales unionistas, algunos radicales intransigentes por la elección de su elenco. ministerial, los socialistas por antiperonistas… la cola parecía ser interminable. Lo patético de esa jornada cristalizó cuando ingresó al recinto parlamentario a pronunciar su discurso inaugural y los diputados de la UCRP no se levantaron de sus asientos. Con algunos de ellos había compartido largas décadas de luchas y de sueños…

 

Petróleo y política

Siempre había estado presente en los discursos de Frondizi una encendida defensa de la nacionalización de todas las industrias claves y de una industria petrolera estatal «antiimperialista». No obstante, una vez alejado del gobierno, Frondizi explicaría su viraje ideológico en términos pragmáticos: «Cuando llegué al gobierno me enfrenté a una realidad que no correspondía a esa postura teórica [la sostenida en su obra Petróleo y Política] por dos razones. La primera era porque el Estado no tenía los recursos suficientes para explotar por sí solo nuestro petróleo, y la segunda, no había tiempo para reunir los recursos necesarios. La opción para el ciudadano que ocupaba la Presidencia era muy simple: o se aferraba a su postulación teórica de años anteriores y el petróleo seguía durmiendo bajo tierra, o se extraía el petróleo con el auxilio del capital extranjero para aliviar nuestra avalancha de pagos y alimentar adecuadamente nuestra industria. (…). Mantuve el objetivo fundamental que era el autoabastecimiento; pero rectifique los medios para llegar a él. » Según Frigerio, las razones de que la prioridad fuera el petróleo eran las siguientes: la creciente demanda de ese recurso por parte de la industria liviana y del campo; el hecho de que constituía el principal rubro de las importaciones argentinas (en 1957); su importancia, junto con la del, gas, como base de la industria petroquímica, una de las principales ramas de la industria moderna; la ventaja de que las reservas estaban perfectamente ubicadas.

El presidente Frondizi anunció, en su discurso del 24 de julio de 1958, el lanzamiento de la»así llamada «batalla del petróleo». Planteó el tema en términos de una encrucijada: «(…) o seguimos en esa situación, .debiendo recurrir a una drástica disminución del nivel de vida del pueblo, con sus secuelas de atraso, desocupación y miseria, o explotamos con entera decisión nuestras riquezas potenciales para crear las condiciones de bienestar y seguridad en un futuro próximo y cierto. » Dos años más tarde e impulsado por los buenos resultados obtenidos, el Poder Ejecutivo complementó esta iniciativa con nuevas disposiciones contenidas en el Decreto 13.255, que tenían por objetivo principal lograr el autoabastecimiento de petróleo en el más breve lapso posible y que pueden sintetizarse en cuatro puntos centrales: 1) las áreas que YPF necesitara para su expansión serían reservadas, durante un número de años razonable, por decreto del Poder Ejecutivo a propuesta de la empresa estatal; 2) las áreas no incluidas en ti reserva para YPF serían explotadas mediante contratos con firmas privadas o extranjeras, priorizándose el desarrollo del flanco sur de Comodoro Rivadavia; 3) la adjudicación de áreas se haría por concurso y/o licitación, de acuerdo con pliegos de condiciones elaborados por YPF y acordándose preferencia a las compañías nacionales, las cuales podrían proponer áreas de explotación ‘con exclusión de las reservadas para YPF; 4) los contratistas extranjeros pagarían a YPF determinadas sumas por compensación de trabajos de exploración que la empresa estatal hubiera realizado en aquellas áreas donde se hubiera verificado la existencia de petróleo; esos fondos se destinarían a la capitalización de YPF. De este modo, el sector petrolero se convirtió en uno de los ejes centrales del plan de desarrollo.

Enseñanza Laica o libre.-

El gobierno sostenía que la libertad de enseñanza es un principio constitucional y que el Estado no tiene por qué perder su poder de policía. Complementariamente, se proponía acrecentar el apoyo a las universidades nacionales para que fueran puntales de la transformación proyectada para el país. Pero la necesidad de promover la creación de instituciones privadas era impostergable y prioritaria: sería necesario contar con la gran cantidad de técnicos y científicos que iba a requerir la proyectada expansión económica.

EI «partido militar»: una treintena de planteos…

 El Ejército era un protagonista legitimado. El radicalismo, los conservadores, los dos socialismos y los demócratas progresistas habían apoyado la «Revolución Libertadora» e integrado la Junta Consultiva Nacional.

La proscripción oficial del peronismo para la elección de constituyente de 1957 y la de presidente del año siguiente fueron decisiones, en algunos casos, reclamadas por los partidos políticos y, en otros consentidas, por ellos; así, eran deudores por partida doble de los militares ya que éstos habían desplazado a Perón y proscribieron al peronismo. Puede afirmarse que durante todos esos años, invocando distintas razones, una parte del Ejército y en menor medida las otras fuerzas vivieron «conspirando con el propósito de dar al país una mejor solución política’: La ideología predominante entre los militares en este período tuvo dos ejes: el antiperonismo y el anticomunismo; el primero surgió a partir de la revolución del ’55 y, en cuanto al segundo, durante la década del ’50, la Guerra Fría trajo como consecuencia que esta ideología se transformara en el enemigo principal de los militares americanos. Pero sería a partir de 1959, cuando Fidel Castro tomó el poder en Cuba sustituyendo la guerrilla al ejército regular, que los ejércitos americanos acentuarían su posición anticomunista. El giro del peronismo hacia la resistencia armada en los primeros años del gobierno de Frondizi hizo que, para la percepción militar, el peronismo y el comunismo se asemejaran como amenazas de tipo insurreccional. La compleja relación que tendría el Presidente con las Fuerzas Armadas debe ser comprendida a partir del hecho de que para la «Libertadora», la candidatura de Arturo Frondizi, por la UCRl, representaba al sector del radicalismo que había pactado con el peronismo para llegar al poder y entonces era visto por los militares como una suerte de retorno encubierto del «régimen».

  Aquí es posible detectar dos corrientes; por un lado, los «golpistas» eran partidarios de implantar una «dictadura salvadora»; y por otro, los «cerquistas», que se daban cuenta de las dificultades que se alzaban ante la posición anterior como la falta concreta de motivos, de programa posterior, y la repercusión internacional.. En mayo de 1959, y luego de la insubordinación de algunos oficiales de la escuela de Tropas Aerotransportadas contra el secretario de Guerra, general Solanas Pacheco, las FF .AA. lograrán la separación del gobierno de Rogeilo Frigerio y plantearían, un mes más tarde, su inquietud al Presidente ante rumores de un pacto que éste había realizado con Perón para llegar al poder. Una prueba del peso que tenían las FF. AA. fue que el presidente se vio obligado a dar explicaciones y a desmentir públicamente la existencia del pacto. Los problemas continuaron con diferentes relevos en las armas; el tono subió con el regreso de EEUU. del general Carlos S. Toranzo Montero, quien demostraría que no estaba dispuesto a limitarse a cumplir sus deberes de comandante en jefe, sino que aspiraba a incursionar en la marcha del gobierno. Decía que unificaría, no solamente al Ejército, sino también al radicalismo y pondría en caja al país. A lo largo del año 1960 se produjeron una ola de atentados terroristas y, por ello, se aplicó el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), por el cual las Fuerzas Armadas asumieron el control directo de la represión del terrorismo.

En junio de 1960, en la provincia de San Luis, una unidad militar se sublevó y detuvo al gobernador. El pronunciamiento estaba encabezado por el general retirado Fortunato Giovannoni, quien hizo leer por radio una proclama: «la podredumbre que amenaza aniquilar las últimas reservas morales de la sociedad argentina… una red de funcionarios marxistas, enquistados en el gobierno, protegidos y adjudicados por el equipo trotskista dirigido personalmente por Frondizi… para instaurar la República Popular Marxista como última etapa’: Los efectivos militares de la guarnición no apoyaron la proclama con demasiado entusiasmo, pero sí lo hicieron numerosos elementos civiles, y sobre todo los adherentes de la UCRP (con desautorización del Comité Provincia). El año cerró en medio de la renuncia del general Larcher como secretario del Ejército, por nuevas tensiones con el comandante en jefe por la publicación de un memorando del arma que criticaba al gobierno. El año 1961 abrió con una nueva crisis, lo que llevó al relevo del general Toranzo Montero del cargo de comandante en jefe del Ejército. El nuevo secretario de Ejército, general Fraga, nombró al general Raúl Poggi como su reemplazo y en abril de ese año se creó un Consejo de Generales para servir de enlace entre el secretario del Ejército y los comandantes. Entre las diversas actitudes con que se podía hacer frente a estos episodios, Frondizi eligió la de apelar a su habilidad negociadora. Duró así cuatro años. Pero la entrevista que el presidente Frondizi concedió al entonces ministro de Industria de Cuba, Ernesto «Che» Guevara, líder guerrillero revolucionario, exacerbó los ánimos de los sectores militares que observaban con mirada crítica la gestión del Presidente. El foro militar le pidió explicaciones, en uno de los últimos actos deliberativos; la situación empeoró con la abstención argentina frente a la expulsión de Cuba votada por la OEA (febrero 1962) y contrarió mucho a las Fuerzas Armadas y al propio presidente Kennedy que, personalmente, le había pedido su apoyo a Frondizi. Finalmente, sin evaluar correctamente la potencia de la corriente peronista, el Presidente autorizó elecciones «libres» en 1962 y sobrevino la derrota frente a los peronistas. Era la ocasión esperada. El «experimento» desarrollista concluyó el 29.de marzo de 1962 con el ya clásico viaje a Martín García donde los «custodios» de la salud de la República solían «guardar» a los ilustres y «peligrosos huéspedes»; antes que Frondizi, habían estado allí Yrigoyen y Perón. ‘

Las Fuerzas Armadas asumieron el control directo de la represión del terrorismo.

 Ni el tono insurrecto de peronismo, que adaptaba su discurso de campaña para ponerlo en sintonía con la nueva izquierda latinoamericana, torció la voluntad del presidente Frondizi decidido a permitir la participación de los partidos neoperonistas. No pensaba, como su ministro del Interior, que la UCRl podría conquistar a las mayorías populares. Ante la imposibilidad de negociar con Perón la autoproscripción (objetivo que llevó a Madrid a los periodistas Jacobo Timerman y Emilio_ Perina), permitió la participación de los candidatos justicialistas a excepción del líder prófugo. El titular de la cartera política, a cargo de la campaña electoral del oficialismo, quería ganar el voto del heterogéneo electorado antiperonista y apeló a un recurso que con el tiempo se convertiría en un clásico: advertir al ciudadano desprevenido los riesgos de votar por un partido que pondría en juego la paz social.

 El planteo militar tuvo lugar la misma noche de los comicios. Cuando Frondizi tomó conocimiento de los puntos exigidos por la plana mayor castrense, ya había decidido firmar el decreto de intervención cuidando en su texto ciertos aspectos; intervino cinco provincias, Buenos Aires, Chaco, Río Negro, Santiago del Estero y   Tucumán; al recaer la medida sobre las autoridades provinciales y municipales en ejercicio y electas dejaba a salvo la posibilidad de que se incorporaran al Congreso los nuevos diputados consagrados por el voto a nivel nacional.

 Los acontecimientos que se sucedieron a lo largo de los últimos diez días del gobierno constitucional demostrarían la poca consideración que mereció en los actores políticos el mantenimiento de las instituciones democráticas. Ante la decisión presidencial, Framini habría intentado negociar su renuncia con la Marina a cambio de la de Frondizi, de la eliminación de dirigentes comunistas y peronistas trotskistas de los gremios y de la CGT, y de garantías para las elecciones de 1964. Al día siguiente de conocido el decreto, la Comisión provisoria de la Confederación obrera -a excepción a un conjunto de comportamientos mezquinos-, con la firma de cuatro integrantes de la Secretaría General, dio a publicidad un comunicado denunciando el riesgo que corría el mantenimiento del orden constitucional pidiendo  un pronunciamiento conjunto de los partidos políticos, las entidades culturales y demás instituciones civiles. Los partidos políticos «democráticos» (léase antiperonistas) se negaron en su mayoría concurrir ante el pedido del presidente de formar un gabinete de coalición.

Los sindicatos tras la Revolución Libertadora: resistir y crecer.-

El derrocamiento de Perón significó un duro golpe para las organizaciones sindicales. Tanto por los intereses que representaban como por la estrecha vinculación que   ligaba al gobierno depuesto, habrían de convertirse en uno de los principales objetivos del proceso de «purificación» emprendido por la Revolución Libertadora. Pero el resultado de las maniobras destinadas a someter y a «desperonizar» al movimiento obrero sería una muestra más de la torpeza e incapacidad política de los que se jactaban de haber puesto fin a la segunda tiranía: el sindicalismo posperonista se transformaría en un bastión de la «resistencia» y, gradualmente, comenzaría a adquirir un protagonismo y un poder político que nunca antes había tenido y que conservaría durante varias décadas. La nueva camada de dirigentes que se forjó en los años de lucha provocaría los desvelos de los dictadores de turno, de los débiles gobiernos civiles surgidos al amparo de la proscripción y, paradójicamente, de mismísimo Perón, que en numerosas ocasiones se mostró preocupado por el grado de «autonomía» de aquellos que decían actuar en su nombre. Como señala Julio Godio, antes de que promediara la década de 1960 «la ‘columna vertebral’ se percibía a sí misma como la fuerza socio política peronista que había hecho posible un cambio en la correlación de fuerzas en la sociedad política a favor del peronismo, y que el propio Perón debería aceptarlo como un dato fundamental en la elaboración de su táctica para recuperar el poder».

Apoyar, luchar y negociar.-

El poder que ejercían las organizaciones sindicales ligadas al peronismo sobre el conjunto del movimiento obrero quedaría plasmado’ en las urnas en febrero de 1958. El acuerdo de Perón con Frondizi incluía el levantamiento de las inhabilitaciones gremiales y la inmediata y definitiva normalización de los gremios y de la CGT, y en los primeros meses de su gestión -en realidad casi inmediatamente después del triunfo electoral- el nuevo presidente pareció dispuesto a cumplir con lo pactado. A Frondizi lo alentaba menos el respeto por la palabra empeñada que la necesidad de ampliar su base política intentando capturar la voluntad del movimiento obrero. Perón no lo ignoraba, y sabía también que la nueva dirigencia, aun cuando no cuestionaba su rol tutelar, era menos maleable que la que él había dejado cuando debió partir hacia el exilio en septiembre de 1955. De todas maneras, había que correr el riesgo, puesto que en lo inmediato era evidente que a través del poder sindical el peronismo recuperaba una parte del espacio político perdido. Pero tras un comienzo auspicioso que incluyó aumentos de salarios, una amnistía y la derogación de las restricciones que pesaban sobre las actividades políticas y sindicales, la cordialidad comenzó a derrumbarse bajo el peso del plan de estabilidad. A esto se sumaron también las primeras consecuencias de los cuestionados «contratos petroleros» que pusieron en pie de guerra a los trabajadores petroleros del Estado (SUPE). Frente a la huelga -que cuestionaba la privatización y la posible reducción de personal que ésta traería aparejada-, el gobierno respondió decretando el estado de sitio, pero también debió recurrir a «las 62 organizaciones» para resolver el conflicto. Aunque la inmediata promulgación de la Ley de Asociaciones Profesionales (14.455) que restablecía la «unidad sindical» era, sin lugar a dudas, una «devolución de atenciones» hacia «las 62», el precario equilibrio alcanzado se evaporaría a comienzos de 1959, cuando el Congreso autorizó la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. La toma del establecimiento por parte de los obreros desató una violenta represión que acabó, con el compromiso del año anterior. La tensión creció a lo largo de ese año y la reedición de las acciones de «resistencia» instrumentadas durante el gobierno de facto -huelgas, sabotajes y el primer brote de guerrilla el Tucumán- endureció aún más la posición de un gobierno que en su soledad parecía virar definitivamente hacia la derecha. El enfrentamiento conducía’ a Frondizi por un callejón sin salida, pero hacia fines de ese año «las 62»; que algunos meses antes habían constituido con los independientes y los comunistas el MOU (Movimiento Obrero Unificado),’ parecieron dispuestas a pasar de la confrontación a la negociación. Esta disposición a la «integración» provocaría algunas bajas dentro del sindicalismo peronista, aunque a lo largo de 1960 se pudo observar que el propio Perón dudaba de continuar auspiciando la «vía insurreccional» que amenazaba con conducir irremediablemente hacia un’ nuevo golpe de Estado. ¿No había llegado acaso el momento de emprender el camino de la negociación con un presidente que se hallaba al borde del abismo? En octubre de 1960, el movimiento sindical -y dentro de él, particularmente, «las 62»- dio un paso trascendental en el marco de esta política de «acercamiento» al constituirse la Comisión de los 20, que iniciaría las negociaciones definitivas para que se consumara la dilatada entrega de CGT. A mediados de marzo del año siguiente, tras una serie de tironeos que estuvieron a punto de hacer naufragar el intento, el ministro de Trabajo y Seguridad Social Guillermo Acuña Anzorena entregaba la central sindical «a sus legítimos dueños». La Comisión Provisoria que se hacía cargo de la CGT estaba integrada por peronistas e independientes, aunque muy pronto no quedarían dudas con respecto a quiénes eran los que la controlaban. Podría pensarse que de esta manera Frondizi lograba cumplir, al menos en parte, con el objetivo que había perseguido desde, un principio; la llamada «línea dura» perdía posiciones dentro del partido proscripto, y en los primeros meses circularon noticias ciertas con respecto al conflicto existente entre Perón y algunos dirigentes, lo que alentó la esperanza del presidente de poder quebrar el bloque sindicatos-peronismo. Pero si la figura de Perón perdía momentáneamente su dimensión original, otros se apresuraban a ocupar el lugar vacante. En pocos meses, la dirigencia cegetista incrementó su presión sobre el gobierno dando muestras de que no pensaba cumplir con el papel de «convidado de piedra». Mientras que la crisis se devoraba el primer intento constitucional posperonista, el poder sindical se erguía sobre la eficacia de su aparato político y un poder económico propio que les permitía, al amparo de la desconfiada mirada del líder, desplegar una nueva estrategia que incluía «presionar desde afuera y desde adentro ‘: Como se ha señalado, la prueba elocuente de esta nueva distribución de fuerzas en el escenario político argentino quedaría a la vista en las elecciones de 1962, cuando representantes del sindicalismo peronista consiguieron un triunfo indiscutible en las urnas. Aun cuando fueron velozmente anuladas, las elecciones de ese año ameritaban una pregunta con respecto a la nueva camada de dirigentes: ¿podía todavía considerárselos simples representantes de Perón? ¿O acaso la antigua «columna vertebral» comenzaba a ser mucho más que eso?

Un remedio inútil.-

La negativa de los partidos políticos a colaborar para formar un nuevo gabinete, llevaron al presidente Frondizi a acudir al recurso de una mediación. Tarea harto delicada que encargó al general Pedro Eugenio Aramburu. En el marco de negociaciones febriles y tensas, el ex presidente provisional se puso en contacto con sus camaradas de armas, por un lado, y, por otro, sugirió al presidente nombres de políticos que se comprometerían a colaborar para superar la crisis. Por fin, el 23 de marzo, con cuatro candidatos propuestos por las Fuerzas Armadas, dos miembros de la UCRI del sector antifrigerista-y otros dos de la democracia cristiana, se contaría con la lista para recomponer el gabinete.

. Mientras Aramburu trabajaba en la mediación, entrevistándose con los más altos jefes militares y con dirigentes políticos como Ricardo Balbín, para presentar su plan conciliatorio de salida de la crisis, y en el gobierno se manejaba la posibilidad de incorporar al gabinete a hombres cuyo antiperonismo conformara a la Marina, el secretario respectivo, almirante Gastón Clement se reunía con los más altos mandos de su fuerza y se distanciaba del proceso de mediación. Tanto como para que, en horas de la noche del 24 al 25 de marzo, se presentara en la residencia de Olivos, acompañado de los almirantes Agustín R. Penas, comandante en jefe del arma, y el jefe de Estado Mayor, contraalmirante Jorge J. Palma, y pidiera al presidente la renuncia que reclamaban sus oficiales -a lo que Frondizi se negó-, al tiempo que presentaba la propia. Las gestiones para lograr que la Marina reviera su posición no darían resultado. Por otra parte, en el Ejército, sectores de la oficialidad presionaron para lograr que esa fuerza se pronunciara en contra de la posición tomada por su secretario, general Rosendo Fraga -representante de la fracción legalista-, de aceptar y apoyar la mediación de Aramburu y consiguieron que su comandante en jefe, general Raúl Poggi, se identificara con ellos. Este cambio en las relaciones de poder dentro del Ejército, más las resistencias encontradas entre los políticos y los consejos provenientes de su círculo de camaradas y amigos -entre otros, el general Bernardino Labayru que había sido jefe de la Casa Militar cuando era presidente, inclinaron a Aramburu a revisar su posición y, finalmente, a pronunciarse por la renuncia de Frondizi.

La solución civil.-

El 20 de marzo de 1962, las Fuerzas Armadas habían suscripto un acta secreta que contemplaba tres soluciones posibles de cara a la crisis institucional derivada de los resultados electorales del 18 de marzo: l. mantener al presidente con un gabinete de coalición propuesto por las Fuerzas Armadas; 2. renuncia del presidente y asunción de quien lo siguiera en la línea de sucesión -la solución civil-; 3. renuncia del presidente y asunción de una junta militar.

Un regimiento de Ejército que se declaró en rebelión, los comandantes en jefe de las tres armas, Alsina, Palma y Poggi, decidieron exigir la renuncia de Frondizi y destituirlo si insistía en su negativa, reemplazándolo por un gobierno civil, tal como constaba en una nueva acta firmada por ellos tres. Pese a ello, las diferencias entre golpistas y legalistas dentro del Ejército alcanzaron su clímax con el arresto del general Fraga, como se ha dicho, y la propuesta de constituir una junta militar en reemplazo del presidente -la solución nº 3-, que no prosperaría, aunque sus sostenedores presionaron con ella hasta casi la última hora. Como contrapartida, y con respuestas evasivas que sostuvo tanto como pudo, sobre la base de que el primer magistrado seguía en su puesto, menudearon las consultas al Dr. José María Guido, presidente provisional del Senado, para ver si aceptaría ocupar la presidencia de la República. Mientras tanto, como resultado de una reunión ocurrida en Olivos, entre los secretarios de Marina y Aeronáutica y Frondizi, este último indicó que colaboraría siempre y cuando se hallara una solución civil; de lo contrario, las Fuerzas Armadas deberían hacerse cargo de todas las consecuencias que acarrearía la destitución del presidente. Por otra parte, Frondizi buscaría comprometer al ministro Martínez para convencer a Guido de que aceptara la presidencia y para que él mismo continuara formando parte del gabinete Eran los resguardos de última hora con los que procuraba paliar el desastre institucional ante la evidencia de un alejamiento del cargo que ya no podía evitar. Sus últimos intentos por lograr el apoyo militar le habían confirmado, que aun oficiales legalistas como Alejandro A. Lanusse o Juan Carlos Onganía respondían a lo que ya habían demostrado, hacía días, algunos sondeos de la opinión militar: «que los legalistas eran legalistas sin Frondizi». El 29 de marzo, el Dr. Arturo Frondizi -tercer mandatario al que se confinaba en la isla- dejaba la residencia de Olivos rumbo al aeroparque donde lo esperaba el avión que lo transportaría a Martín García. En cumplimiento del pedido del primer magistrado, Martínez, secundado por el brigadier Cayo Alsina, se ocuparía de lograr que Guido jurara como presidente.

Guido, apoyado en la opinión de los legisladores de su partido, la UCRI, juró en una breve y apresurada ceremonia.

El derrocamiento de Frondizi fue claramen­te inconstitucional y el período de go­bierno de Guido resultó ser una etapa de «semi legalidad» a la que la constante presión militar hizo inestable y confusa. El relevo de Frondizi se produjo ante la implícita aceptación de diversos sectores partidarios opositores -especialmente de la UCRP- y la indiferencia de la mayor parte de la población (como ocurriría cuatro años después, con los partidos en otros roles, con el presidente Illia).

Guido anuló los co­micios, declaró el Congreso en receso, para finalmente disolverlo el 8 de sep­tiembre de 1962. En cuanto al derrocado Arturo Frondizi, quedó detenido «a dis­posición del Poder Ejecutivo». Presiona­do por distintos flancos, los constantes relevos en el gabinete revelan la citada inestabilidad; según contabilizó el matu­tino porteño La Prensa un ano después de asumido Guido, «desde el 30 de marzo de 1962 hasta el 26 de marzo de 1963 han jurado 50 ministros y secretarios del PE”.  El condicionamiento militar también pesó en el manejo de las relaciones exteriores: así, en la segunda mitad del ano el gobierno argentino apoyó la polí­tica de EE- UU. en la «crisis de los misi­les», despachando con ese propósito al Caribe dos navíos de la Armada -los des­tructores «ARA Espora» y «ARA Rosa­les»- que, en los meses de octubre y no­viembre de 1962, participaron activa­mente en el bloqueo norteamericano a Cuba, integrando una Fuerza Naval Combinada encabezada por la US Navy, como lo hicieron también Venezuela y la República Dominicana.

Septiembre del ’62: primavera blindada.-

El 17 de septiembre los bandos mili­tares en pugna entraron en operaciones; curiosamente los «legalistas» -con centro en Campo de Mayo— se alzaron en ar­mas para rescatar a un primer magistra­do «prisionero» de una camarilla «golpista»: las unidades que respondían a los generales Onganía, Pistarini y AJsogaray se desplegaron frente a las que obedecían las ordenes de los generales Lorio y Labayrú. Fue en el transcurso de estos días cuando surgió públicamente la distin­ción de los bandos como «azules y colo­rados»: «optamos -narra el coronel Ballescer, quien militó en la primera fac­ción- por designarnos con los colores que caracterizan a los diferentes bandos en los ejercicios con tropas a dos partidos o en las maniobras militares: azules v colorados….(…) resultó que a los profesionales-institucionalistas se nos denominó azules y a quienes pretendían ‘profundizar la revolu­ción entrando en política se los designó co­lorados». En esa clasificación de los jue­gos de guerra, además, «azul» equivale a «propia tropa» y «colorado» al «enemi­go». El bando azul —por consejo de uno de los coroneles que rodeaban a Onga­nía- se apresuró en copar un par de esta­ciones de radio y, asesorado por civiles como José E. Miguens y Mariano Grondona, se lanzó a la conquista de las voluntades del mundo civil y de las filas del «enemigo» con slogans como éste: «Camaradas: estamos dispuestos a luchar para que el pueblo pueda votar (…) ¿Está usted dispuesto a luchar para que no vo­te?». Durante cinco días se produjeron espectaculares despliegues de tropas y enfrentamientos con intercambio de fuego, pero con pocas bajas reales. La Fuerza Aérea —superadas algunas vacila­ciones— se volcó en apoyo de los azules; en cuanto a la Armada -explica Ruiz Moreno- «permaneció ajena: lo conside­raba una cuestión interna [del Ejército]». Sin embargo, el grueso de su oficialidad compartía las posiciones de los colora­dos. El 21 de septiembre, cuando las ac­ciones se volcaban claramente a favor de los azules, los mandos de la Marina res­ponsabilizaron «(…) al Presidente de la Nación del enfrentamiento entre las fuer­zas del Ejército (…) y le adjudica culpabi­lidad al no haber evitado mediante el cumplimiento estricto de los convenios exis­tentes los posteriores siniestros y victimas producidas (…). Parecería que lo que viene sucediendo en la República forma parte de un plan premeditado para provocar el caos general y entregar el país a cualquier tipo de comunismo y extremismo (…). «Duran­te las operaciones, el comando azul ha­bía emitido un gran número de comuni­cados laborados por un equipo ad hoc de civiles -como Miguens y Grondona— y militares bajo la dirección del coronel José María Díaz. La serie se cerró con el no 150 que, originalmente, según testi­monió años después Miguens, «fue una proclama revolucionaria que iba a darse a conocer a principio del levantamiento y que por distintas razones se fue posponien­do (…). Años mas tarde Mariano Gron­dona testificó haber sido el autor del fa­moso texto, a pedido de sus «amigos de la Escuela Superior de Guerra donde (…) era profesor». Según su propio testimonio, el texto fue revisado y aprobado personal­mente por el general Onganía. Guido renovó —una vez más— su gabinete y se reafirmó e! propósito de llegar a una sa­lida electoral en 1963.

¿Onganía candidato?.-

El general Onganía asumió el coman­do en jefe del Ejército e inició un proce­so interno que, en los años siguientes, se convirtió en una reforma integral; uno de sus objetivos logrados con el tiempo fue el de devolver a las filas la disciplina que el constante «fragoteo» (al decir del coronel Ballester) había deteriorado pro­fundamente. Por aquello de que «nada tiene mas éxito que el éxito», la victoria de septiembre y los hechos posteriores de abril del ’63, surgió —alentada por milita­res y civiles azules, nacionalistas y frondiistas, la idea (Rouquié dixit) de «una audaz combinación»: formar un frente partidista que integrara esas fuerzas con los elementos potables del peronismo (sin Perón), una suerte de «Frente Na­cional y Popular». Antes de finalizar el año ’62 la idea de una candidatura del mismo Onganfa comenzó a cobrar cuer­po – (Y a la larga tendría éxito aunque no mediante el sendero de las urnas, precisa­mente.).  Sin embargo la situación militar estaba lejos de la paz. En diciembre el gobierno debió sofocar un alzamiento de un reducido sector de la Fuerza Aérea conducido por el brigadier Cayo AIsina. Por otra parte, los colorados no habían jugado su última carta…

Idas y vueltas de la apertura electoral.-

Depuesto Frondizi a fines de marzo de 1962, las Fuerzas Armadas acentuaron su protagonismo político. El 6 de septiem­bre, el gobierno del Dr. Guido convocó a elecciones nacionales para e! 27 de oc­tubre de 1963 -luego se adelantaron para el 23 de Julio y, finalmente, se fijaron para 7 de ese mismo mes-, se elegirían presidente y vice, diputados nacionales, senadores y legisladores provinciales, ex­cluyendo de la propuesta las elecciones para gobernadores. Un día antes, en una reunión de generales presidida por el se­cretario de Guerra, general José O, Cor­nejo Saravia, se analizaron los temas mas preocupantes para el ejército: la infiltra­ción de las universidades, el saneamiento del Poder Judicial, de la administración pública y la organización laboral, y la ac­ción anricomunista y antiperonista. Hacia fines de septiembre se produjo la vic­toria de la facción militar de los azules sobre los colorados, como se ha recorda­do oportunamente y EE.UU. había ad­vertido que no reconocería una dictadura abierta de derecha, El 23, el Ejército dio a conocer el Comunicado 150, que ex­presaba la necesidad de elecciones libres. El 5 de octubre asumió Rodolfo Martí­nez como ministro del Interior, y co­menzó a tomar forma el plan azul, lega­lista y nacionalista, en el cual también trabajó Juan José Güiraldes. Ambos propusieron una po­lítica de integración condicionada del pe­ronismo al sistema político, “para evitar que éste girase a la izquierda”. La estrate­gia consistía en conformar un frente elec­toral, que reintegrara al peronismo sin Perón, y sumara al frondizismo, a demó­crata-cristianos, socialistas, conservado­res, radicales populares y sectores católi­co-nacionalistas. No se admitiría la pre­sencia peronista en la presidencia de la Nación, ni en los gobiernos provinciales importantes, pero sí en otros niveles. La idea básica era que los partidos, conside­rados democráticos, neutralizaran los po­sibles excesos del peronismo, y la incor­poración de dirigentes y sindicalistas pe­ronistas a la vida política, distanciados de su líder, sirviera para alejarlos de la in­fluencia de Perón. Marzo continuó sien­do un mes conflictivo. Un nuevo enfrentamiento entre azules y colorados terminó con el triunfo de los primeros y el Comunicado 200 del Ejército dejaba constancia de que el peronismo era un régimen que a través de la corrupción en el orden moral e intelectual comprometía y distorsiona­ba «el estilo de vida tradicional de nuestro pueblo», por lo que no se podía permitir su retorno. La estrategia de crear un régimen político, con un pero­nismo incorporado gradualmente en es­pacios orgánicos no significativos, cuyo fin último apuntaba a legitimar un go­bierno no peronista, con una presencia política e institucional regulada, con­cluía con disposiciones claramente proscriptivas, ante el temor de que, pese a todo, Perón y los justicialistas menos transigentes pudiesen recuperar el viejo protagonismo político perdido. 1963, en ese punto, se asemejaba al período tran­scurrido entre mediados de septiembre de 1955 y comienzos de 1958. Si no se alzaban proscripciones duras, se estima­ba que el peronismo podía volver a im­ponerse.

Convocadas las elecciones nacionales, en los últimos meses de 1962, comenza­ron los contactos  El 11 de marzo, Arturo Umberto Illia era elegido por la UCRP como cabeza de formula para las elecciones presidenciales. En el otro tronco radical, el intransigente, co­menzaban a evidenciarse las diferencias entre frondizistas y alendistas. Era la hora de la revolu­ción cubana y del papado de Juan XXIII. Perón había comenzado a referirse a la «hora de los pueblos‘, aludiendo a los pro­cesos anticolonialistas de Asia y Africa y a las luchas antiimperialistas libradas en América latina. En 1961 criticaba los «in­concebibles negocios que llevaron a las con­cesiones petroleras» en la Argentina, de­nunciaba el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), la falta de libertad y democracia, y exigía el restablecimiento de los convenios colectivos de trabajo y el salario vital y móvil. Los partidos Conserva­dor Popular, Demócrata Cristiano, De­mócrata Progresista, Movimiento Justicialista, Socialista Argentino, UCR del Pueblo, UCR Intransigente, y Federal, acordaron destacar la importancia de los partidos políticos como legítima expre­sión orgánica para encauzar la voluntad popular, y garantizar igualdad de condi­ciones para todas las agrupaciones políti­cas intervinientes en el futuro


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2 Comentarios en “Presidencia de Frondizi

  • Andres

    Tuvo una politica economica desarrollista, pretendia la industrializacion del pais, enfatizando en el petroleo, pero como siempre los resentidos militares y los mas resentidos aun, sindicalistas (peronistas), pondrian piedras en su gobierno, como lo harian años mas tarde con Illia y Alfonsion, militares y peronistas siempre seran Golpistas, no quieren un Pais, quieren anarquia!